A veces no me atrevo a manifestar en este blog mis reflexiones acerca de temas tan importantes como el que nos ocupa el día de hoy, pero quisera empezar a manifestar aquello que estoy pensando.
Siempre que escuchó tristes noticias sobre violencia contra una mujer, con nombres y apellidos, (y van 45 asesinatos este año) me pregunto: ¿Qué seríamos sin la presencia de la mujer en nuestra vida? No solo porque colaboran con Dios y, por amor, nos regalan la oportunidad de vivir sino, también, porque nuestra identidad está influenciada por mujeres concretas que, entiendo, Dios ha colocado en nuestro camino vital. Lo femenino es imprescindible en la historia de cada uno. Personalidad amorfa la de aquel que pretendiera prescindir de la influencia de la mujer o que, por patología delictiva, se creyera superior a ella, lo triste es que las estadística demuestran que estas actitudes se detectan, cada vez más, en adolescentes.
Yo doy gracias a Dios por la presencia de mujeres en mi vida, por lo aprendido y por lo que aprendo. Quizás no sepa agradecerlo suficientemente, quizás no sepa devolver tanto bien recibido pero, en un día como en el de hoy, quiero sumarme a la inmensa mayoría que las defiende frente a la violencia, sea del tipo que sea, y quiero animarles a que defiendan sus derechos, primero a la vida, y luego a todo lo que les corresponde.
Temo que la violencia engendre violencia y que, en vez de complementarnos, terminemos enfrentándonos por nuestro género. Temo que el "maltrato" que experimentan los hijos terminen por "normalizar" la violencia como actitud en otros ámbitos de la vida. Por eso es necesario definirse a favor de la mujer, agradecer y animar, orar y solidarizarse.
En la Eucaristía de hoy recordaremos a todas las víctimas de una violencia que jamás tendrá justificación porque va contra el ser humano y, nunca, podrá justificarse aquello que nos destruye.