miércoles, 31 de octubre de 2012

CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS... ¡ESPERANZA REALISTA!

            Cada mes de noviembre pone en jaque la fe, la esperanza y el amor. Y es que el cariño por nuestros difuntos nos suscita la pregunta sobre la muerte como fin o como tránsito a otra dimensión de la vida. Interrogante inevitable para todo ser humano y al que la fe responde con una promesa que, aguardada en esperanza, se anticipa en la historia a través de una Persona y de múltiples gestos de amor pues, la Resurrección de Jesús, es la garantía de que lo prometido se cumplirá y los detalles que Dios tiene con nosotros, a pesar de nuestras torpezas, es prueba de que su Amor permanece fiel eternamente.

Lo que nos espera, lo que ya disfrutan nuestros seres queridos, es similar a lo que aconteció al inicio de nuestra vida, por eso no es tan disparatado afirmar que, con la muerte, experimentaremos nuestro auténtico nacimiento…

“Cuando un niño se encuentra en el vientre de su madre, está bien. No conoce ningún otro universo. Naturalmente, no sabe muy bien por qué le salen ojos, brazos, piernas inútiles…

            Y llega un día en que se le retira brutalmente de todo aquello que para él era el mundo. A esto nosotros le llamamos nacimiento. Mas para él, es una muerte. Chilla de miedo.

            Pronto se da cuenta de que sigue vivo. Maravillosamente adaptado al mundo nuevo en que se encuentra. Ahora comprende la razón de sus ojos, de sus brazos, de sus piernas inútiles: todo ello, de manera irresistible, le estaba preparando para su nueva vida. Y, por fin, está mirando a su madre con sus propios ojos, que nunca le ha abandonado, pero cuyo rostro solamente ahora puede descubrir.

            Así es nuestro mundo, así es nuestra vida.

            El universo es un gran vientre. Vastas entrañas en que la humanidad va tomando lentamente forma humana. Está claro que aquí nos sentimos en nuestra propia casa. Pero estamos perplejos. Nos arrastran deseos de vida infinita, de amor loco y de fraternidad absoluta, como si de piernas y de brazos inútiles se tratara. Y todo ello, con esta inmensa espera de felicidad.

            Algún día, el universo dará a luz, por fin, a la humanidad llegada a término: a esto le daremos el nombre de muerte. Chillaremos de miedo. Pero Dios llama a esto nacimiento.

            Con lágrimas, con lágrimas de alegría, descubriremos que todo, absolutamente todo lo que formaba parte de nuestra vida humana –nuestros humildes amores, nuestros fracasos y nuestros duelos, nuestras grandes alegrías, el enorme e inútil sufrimiento- todo eso nos habrá preparado maravillosamente para esta vida nueva. Nada se habrá perdido.

            Y descubriremos el rostro de Dios, como un niño el de su madre, que nunca le había abandonado.
 
            Este gran parto ha comenzado. Cristo ha sufrido los primeros dolores. Ha muerto la muerte. A esto es a lo que llamamos Pascua o Resurrección. Paso de la muerte a la vida” (J.M. De Poncheville)