Dos son las procesiones que en nuestra Parroquia celebraremos. La primera la Entrada de Jesús en Jerusalén, la tradicional procesión de “los palmitos”, comenzando con la bendición y reparto en la antigua Iglesia de Santa Águeda, hoy Hospital de Dolores, a las 11:30, para luego cantando y bendiciendo, marchar hasta la Parroquia y celebrar, solemnemente la Eucaristía en torno a las 12. Esta procesión rememora este momento de su entrada con la gran alegría de los niños y niñas de la catequesis, sobre todo de los que se preparan para la Primera Comunión, acompañados de sus padres, mientras cantamos alabando al Señor apoyados en toda la comunidad, emulando, con la adaptación necesaria, lo que sucediera hace ya casi 2000 años. El sacerdote, con rojas vestiduras, va delante, dando ejemplo, mientras la comunidad, con los ramos recién bendecidos, los hace tremolar a cada aleluya, siguiéndose así el salmo: pueblos todos batid palmas, entonad gritos de júbilo, porque el Señor es sublime y terrible, emperador de toda la tierra. Es el día del hosanna y después de tanto tiempo, las campanas vuelven a sonar con alegría. Nuestra Parroquia abrirá su puerta mayor, de par en par, porque va a entrar el Rey de la Gloria. Pero qué volubles somos los hombres, pues tan poco tiempo después lo veremos angustiado, apresado, azotado, cargando su cruz, clavado y muerto y esas mismas personas seguirán gritándole, pero crucifícale, muera, blasfemo… De nuevo el corazón de piedra.
La segunda procesión, nos llegará a la noche, a las 21 horas, la de Nuestro Señor del Huerto. En ella, reflejando lo que nos narra San Lucas, 2 escenas se nos muestran, una cristológica, con la propia oración (Abba, Padre) y el ángel confortador, en donde Dios se enfrenta a sí mismo, a su angustia, a su destino y, sopesado cada sacrificio, evaluado el ser humano, decide cumplir la voluntad de Dios Padre porque el género humano, suprema creación suya, merece la pena ser salvado mediante una nueva alianza. Mientras, los apóstoles dormidos, aferrados a la ley, a la antigua alianza que en Jesús se cumple y se renueva con un nuevo sentido, parecen ajenos, con esa terrible venda que ni los últimos días en que Jesús ha hablado con ellos largamente, ni el sermón de la cena que acaban de escuchar ha logrado hacerles caer de los ojos y entender las escrituras. Todo cambiará en unas horas, precipitándose, pero este momento en que se sella definitivamente la nueva alianza y se decide comprarnos a tan alto precio, la sangre de Jesús resulta crucial para empezar a comprender los misterios que rememoraremos a lo largo de esta semana. Que ningún ser humano vuelva a sentirse poca cosa, que ninguno se sienta más que otro, porque por todos, sin excepción, buenos y malos, creyentes o no, hemos sido valorados y comprados de esta forma, a un precio inaudito que sólo puede entenderse con esta frase: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo (Jn 3,16-18).