Cada mes de noviembre pone en jaque
la fe, la esperanza y el amor. Y es que el cariño por nuestros difuntos nos
suscita la pregunta sobre la muerte como fin o como tránsito a otra dimensión
de la vida. Interrogante inevitable para todo ser humano y al que la fe
responde con una promesa que, aguardada en esperanza, se anticipa en la
historia a través de una Persona y de múltiples gestos de amor pues, la
Resurrección de Jesús, es la garantía de que lo prometido se cumplirá y los
detalles que Dios tiene con nosotros, a pesar de nuestras torpezas, es prueba
de que su Amor permanece fiel eternamente.
Lo que nos espera, lo que ya
disfrutan nuestros seres queridos, es similar a lo que aconteció al inicio de
nuestra vida, por eso no es tan disparatado afirmar que, con la muerte,
experimentaremos nuestro auténtico nacimiento…
“Cuando un niño se
encuentra en el vientre de su madre, está bien. No conoce ningún otro universo.
Naturalmente, no sabe muy bien por qué le salen ojos, brazos, piernas inútiles…
Y
llega un día en que se le retira brutalmente de todo aquello que para él era el
mundo. A esto nosotros le llamamos nacimiento. Mas para él, es una muerte.
Chilla de miedo.
Pronto
se da cuenta de que sigue vivo. Maravillosamente adaptado al mundo nuevo en que
se encuentra. Ahora comprende la razón de sus ojos, de sus brazos, de sus
piernas inútiles: todo ello, de manera irresistible, le estaba preparando para
su nueva vida. Y, por fin, está mirando a su madre con sus propios ojos, que
nunca le ha abandonado, pero cuyo rostro solamente ahora puede descubrir.
Así
es nuestro mundo, así es nuestra vida.
El
universo es un gran vientre. Vastas entrañas en que la humanidad va tomando
lentamente forma humana. Está claro que aquí nos sentimos en nuestra propia
casa. Pero estamos perplejos. Nos arrastran deseos de vida infinita, de amor
loco y de fraternidad absoluta, como si de piernas y de brazos inútiles se
tratara. Y todo ello, con esta inmensa espera de felicidad.
Algún
día, el universo dará a luz, por fin, a la humanidad llegada a término: a esto
le daremos el nombre de muerte. Chillaremos de miedo. Pero Dios llama a esto
nacimiento.
Con
lágrimas, con lágrimas de alegría, descubriremos que todo, absolutamente todo
lo que formaba parte de nuestra vida humana –nuestros humildes amores, nuestros
fracasos y nuestros duelos, nuestras grandes alegrías, el enorme e inútil
sufrimiento- todo eso nos habrá preparado maravillosamente para esta vida
nueva. Nada se habrá perdido.
Y
descubriremos el rostro de Dios, como un niño el de su madre, que nunca le
había abandonado.
Este gran parto ha comenzado. Cristo ha sufrido los
primeros dolores. Ha muerto la muerte. A esto es a lo que llamamos Pascua o
Resurrección. Paso de la muerte a la vida” (J.M. De Poncheville)